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ANTONIO QUIRÓS

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 1918-1984
 Nació en Ucieda (Santander), hacia 1918. Pero cabe sospechar que fue antes, aunque él lo desmentía. Coetáneos suyos le adelantan hasta tres años. Fue, sí, en el mes de agosto, en la casa de los Quirós. Emparentado con la pintora María Blanchard, de la que recibe claras influencias, en sus primeras composiciones artísticas, con los Gutiérrez Cucto, fundadores de periódicos y gente de letras, con Concha Espina y los De la Serna, su primer profesor fue Camoyano, a quien apreciaba más allá de lo usual entre alumno y maestro.




 Pronto se deja atrapar por la magia del surrealismo y pinta con colores enterizos y grandes espacios vacíos y fantasmales. La guerra civil supone para él una prueba y un drama del que no gusta hablar. Se conservan dibujos suyos de esta etapa, bayoneta al hombro, duros y graves, de milicianos en el frente asediados por el frío invierno y la tragedia, tratados con dureza de xilografía que anuncia las esquematizaciones que en el futuro le darán fama. El exilio le lleva a París, como a tantos artistas republicanos, siendo luego herido en el cerco de Berlín, donde permanece postrado un largo espacio de tiempo, víctima de las heridas de guerra recibidas.

Su mester de soldado, obligado por las circunstancias y el compromiso ético, quería olvidarlo, para hablar de París, de sus estudios en la Academie de la Grand Chaumiere y en la Academie Julien. Influido por su tía, María Blanchard, lo cual se nota en los cuadros del 39 al 45, aproximadamente, goza de la amistad y magisterio de Fernand Léger y de André Lhote, contando con condiscípulos de la significación de Staël, Herauld, Goerg y Wools. Tras la liberación de París, y vuelta la normalidad, Quirós brilla con luz propia en los movimientos artísticos parisienses más ligados con el existencialismo.

 Cuando comenzaba a ganar la aceptación de París, no tanto como él decía, ni tan poco como aquí se piensa, Quirós. vuelve a España hacia 1952, y se instala en Madrid. Dos modos trae bajo el brazo, ambos muy suyos: la figuración esquemática y la abstración orgánica, nombres ambos que registro como suyos. Quirós se gana pronto un nombre en Madrid, donde su quehacer, por demás original, contrasta con el de cualquier otro. Quirós puede gustar o no gustar, pero lo que no cabe duda es que es un pintor personalísimo. Tanto en la concepción de sus figuras, delgadas, esqueléticas y fantasmales, como en la viveza vibrante y joyesca de sus actuaciones, especie de seres en descomposición o piezas orgánicas fructuantes, algo que se está haciendo o deshaciendo. Y si original en extremo era su mundo de formas, no menos puede decirse de la originalidad técnica de sus pinturas. Colores planos, a veces, que dejan rezumar los subyacentes. Y otras, esa especie de rascaduras o flotamientos que recubre un toque cerámico, como de vitral. Otra originalidad, generalmente afectada, de Quirós, es la calidad de sus retratos, verdaderas incursiones en el ánima del retratado. Y es que antes que retratos, éstos aspiraban a ser, y lo eran, grandes abstraciones, trozos de cuadros, condensaciones de su mejor arte.

Información --El País

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