En una primera impresión, las últimas pinturas de Xesús Vázquez (Orense, 1946) pueden pensarse como un elogio al color, una expresión vitalista o un arte decorativo. Pero me temo que no es éste el caso. Más bien diría que su uso del color, así como sus composiciones, introducen una suerte de inquietud o, mejor, de inestabilidad visual. La idea que hay detrás de estas pinturas es la de vértigo, el vértigo como una de las expresiones de lo sublime; aspecto, éste, el de lo sublime, evidente al iniciar su trayectoria como pintor y que tal vez sea el hilo conductor de toda su obra a pesar de su diversidad. Xesús Vázquez, para conseguir esta expresión de vértigo, utiliza varios procedimientos: combina colores ácidos o fluorescentes de una especial agresividad, reelabora algunas estrategias de impacto visual del op art (interferencias de tramas y líneas, por ejemplo) y utiliza determinados elementos inspirados del diseño gráfico y la imagen digital, pero trabajados pictóricamente con transparencias, derrames, etcétera. En otras palabras, Xesús Vázquez, como Uslé, esta comprometido en una labor de releer y ampliar los lenguajes abstractos. Pero más allá de un simple divertimento, se trata de una imagen alucinada y ebria, emblema del laberinto, una especie de metáfora de la pérdida de la orientación.
En una primera impresión, las últimas pinturas de Xesús Vázquez (Orense, 1946) pueden pensarse como un elogio al color, una expresión vitalista o un arte decorativo. Pero me temo que no es éste el caso. Más bien diría que su uso del color, así como sus composiciones, introducen una suerte de inquietud o, mejor, de inestabilidad visual. La idea que hay detrás de estas pinturas es la de vértigo, el vértigo como una de las expresiones de lo sublime; aspecto, éste, el de lo sublime, evidente al iniciar su trayectoria como pintor y que tal vez sea el hilo conductor de toda su obra a pesar de su diversidad. Xesús Vázquez, para conseguir esta expresión de vértigo, utiliza varios procedimientos: combina colores ácidos o fluorescentes de una especial agresividad, reelabora algunas estrategias de impacto visual del op art (interferencias de tramas y líneas, por ejemplo) y utiliza determinados elementos inspirados del diseño gráfico y la imagen digital, pero trabajados pictóricamente con transparencias, derrames, etcétera. En otras palabras, Xesús Vázquez, como Uslé, esta comprometido en una labor de releer y ampliar los lenguajes abstractos. Pero más allá de un simple divertimento, se trata de una imagen alucinada y ebria, emblema del laberinto, una especie de metáfora de la pérdida de la orientación.