. Noia (A Coruña), 27.III.1874 – Santiago de Compostela, 30.VII.1902.
Conforma, con Ovidio Murguía, Joaquín Vaamonde y Parada Justel, la llamada “generación doliente” de la pintura gallega. En realidad, dicha generación no es otra que la del 98, pero reducida a los artistas que, a causa de la tuberculosis, murieron en el entorno del cambio de siglo, pasando a la historia del arte gallego, desde la visión neorromántica de los regionalistas como el pintor Felipe Bello Piñeiro, autor de la denominación, como la gran oportunidad perdida para la creación de una escuela regional, que sí llevaron a cabo los supervivientes noventayochistas como Sotomayor y Llorens. Sin duda, la pintura de Carrero es la que manifiesta una mayor modernidad entre la de todos los “dolientes” al haber asumido, ya en los años finales, las novedades entonces introducidas en la pintura española por Joaquín Sorolla.
Carrero inició su formación en su villa natal con Ramón Lira de Castro, un personaje culto y controvertido en la Noia del momento, que lo dotó de las enseñanzas académicas al uso. En 1889 su familia se traslada a Santiago de Compostela y el pintor se matricula en la Real Sociedad de Amigos del País (1890-1894), logrando el último año la Medalla de Oro; aquí es condiscípulo de Ovidio Murguía, con el que mantendrá una amistad no exenta de rivalidad, y, sobre todo, discípulo de José María Fenollera (1851-1918), un artista muy sólido, formado en la Academia de San Carlos de Valencia, Roma y Madrid, que lo pondrá al día en las corrientes artísticas vigentes en España. Terminados sus estudios en Santiago, pretende continuarlos en Madrid, pero la situación económica familiar no se lo permite.
Concurre a la Exposición Nacional de 1895 con una obra costumbrista, Los Cantores de la Catedral, con la que obtiene una mención honorífica. Este pequeño éxito lo lleva a intentar la aventura madrileña y se traslada a la capital, donde concurre a la siguiente Exposición Nacional, ya con una obra de contenido social, Caridad, con la que vuelve a conseguir otra Mención Honorífica. Esta obra la cede a la Diputación de La Coruña, que, en señal de gratitud, le otorga una beca, permitiéndole proseguir con sus estudios madrileños: es entonces cuando Carrero se matricula en San Fernando, entra en el taller de Sorolla, donde coincide con Francisco Llorens, y asiste al taller de Manuel Domínguez Sánchez, profesor auxiliar de la Academia, famoso por su honradez técnica; en ese taller, además, conoce a Sotomayor.
En 1898 contrae matrimonio. Las dificultades económicas se incrementan porque la beca de la Diputación coruñesa resulta claramente insuficiente para su nuevo estado, pero, en ese momento, obtiene la protección de Montero Ríos, a la sazón presidente del Senado y mecenas de varios artistas gallegos. Carrero es nombrado interinamente restaurador de la sección de Pintura del Museo del Prado, plaza que ocupará hasta finales de marzo de 1900, en que es suprimida por falta de presupuesto. Este cargo le permitirá no sólo una desahogada situación económica, sino también estar en una posición privilegiada para estudiar la obra de los grandes maestros españoles.
Concurre a la Exposición Nacional de 1895 con una obra costumbrista, Los Cantores de la Catedral, con la que obtiene una mención honorífica. Este pequeño éxito lo lleva a intentar la aventura madrileña y se traslada a la capital, donde concurre a la siguiente Exposición Nacional, ya con una obra de contenido social, Caridad, con la que vuelve a conseguir otra Mención Honorífica. Esta obra la cede a la Diputación de La Coruña, que, en señal de gratitud, le otorga una beca, permitiéndole proseguir con sus estudios madrileños: es entonces cuando Carrero se matricula en San Fernando, entra en el taller de Sorolla, donde coincide con Francisco Llorens, y asiste al taller de Manuel Domínguez Sánchez, profesor auxiliar de la Academia, famoso por su honradez técnica; en ese taller, además, conoce a Sotomayor.
En 1898 contrae matrimonio. Las dificultades económicas se incrementan porque la beca de la Diputación coruñesa resulta claramente insuficiente para su nuevo estado, pero, en ese momento, obtiene la protección de Montero Ríos, a la sazón presidente del Senado y mecenas de varios artistas gallegos. Carrero es nombrado interinamente restaurador de la sección de Pintura del Museo del Prado, plaza que ocupará hasta finales de marzo de 1900, en que es suprimida por falta de presupuesto. Este cargo le permitirá no sólo una desahogada situación económica, sino también estar en una posición privilegiada para estudiar la obra de los grandes maestros españoles.
En la Exposición Nacional de 1899 obtiene la Segunda Medalla con un tema nuevamente de realismo social, Víctima del Trabajo, lo cual propiciará que goce de cierta popularidad y que reciba numerosos encargos de la importante colonia gallega en la capital. Es entonces, además, cuando su pintura se transforma en la estela del luminismo sorollesco. Sin embargo, también en ese momento, enferma de tuberculosis, para la que buscará curación en la sierra de Segovia y, todavía con la esperanza de curarse, retornará a Santiago en la primavera de 1902, donde morirá unos meses después.
Real Academia de la Historia