Manuel Ángeles Ortiz (Jaén, 1895 - París, 1984) es una de las figuras clave en el proceso de renovación artística en España a lo largo de los años veinte y hasta la Guerra Civil. Constituye una referencia tanto para los artistas que viajan a París como para los que trabajan en la península, fundamentalmente por sus colaboraciones con la revista Litoral. El comisario de la exposición, Eugenio Carmona, define esta producción heterogénea en propuestas y lenguajes bajo la expresión de Arte Nuevo, basado en "la vinculación de la práctica artística española con el Movimiento Moderno internacional".
Por medio de un centenar de obras, esta exposición retrospectiva aborda la producción de Ángeles Ortiz más allá de los años treinta. De este modo, se presentan sus distintas tendencias artísticas a lo largo de las diferentes etapas: su larga residencia en París (1922-1932), su exilio en Buenos Aires (1939-1948), sus esporádicos viajes a Granada y su definitiva instalación en la capital gala en 1948.
Desde su primera estancia parisina, la huella de Pablo Picasso en su trabajo es profunda. Su pintura evidencia la misma alternancia de lenguajes (Cubismo tardío, dibujo de línea y volúmenes rotundos y monumentales de inspiración clásica, etc.), síntoma de las diferentes aproximaciones a una vuelta al orden promulgada por distintas voces, desde Cahiers d´Art a Jean Cocteau o Amédée Ozenfant. Por otro lado, y como apunta Carmona, la amistad y el vínculo profesional con el compositor Manuel de Falla inciden en su obra en dos sentidos: la valoración estética de la música y el fortalecimiento de "la relación entre la tradición figurativa popular y el arte moderno".
Considerado como un artista de difícil clasificación estilística, su obra presenta −desde su independencia− una fuerte voluntad experimental y un rechazo completo de la pintura abstracta. De ahí que del surrealismo le atraiga "su lirismo enigmático, no sus aberraciones morbosas de sujeción psicótica", como él mismo señala. Lo mismo ocurre en Buenos Aires, su serie de maderas no son objetos encontrados, sino piezas trabajadas siguiendo sus propias intuiciones. Todo ello enlaza con la tradición de la poética de lo primigenio, desarrollada por artistas como Benjamín Palencia, Ángel Ferrant, o Alberto Sánchez, pero también por Paul Klee, Jean Arp y Constantin Brancusi.
La persistencia del paisaje y la figura humana a partir de los años cincuenta, convive con giros que le llevan al análisis compositivo (La casa de los Dávila, 1957; Cabeza geométrica, 1960; Homenaje al Greco, 1975; Albaicín, 1982). De esta manera, crea unas obras en las que combina lirismo y construcción y que, sin menospreciar el papel de la pintura, podrían situarle en los límites del Informalismo.
Museo Reina Sofía
Desde su primera estancia parisina, la huella de Pablo Picasso en su trabajo es profunda. Su pintura evidencia la misma alternancia de lenguajes (Cubismo tardío, dibujo de línea y volúmenes rotundos y monumentales de inspiración clásica, etc.), síntoma de las diferentes aproximaciones a una vuelta al orden promulgada por distintas voces, desde Cahiers d´Art a Jean Cocteau o Amédée Ozenfant. Por otro lado, y como apunta Carmona, la amistad y el vínculo profesional con el compositor Manuel de Falla inciden en su obra en dos sentidos: la valoración estética de la música y el fortalecimiento de "la relación entre la tradición figurativa popular y el arte moderno".
Considerado como un artista de difícil clasificación estilística, su obra presenta −desde su independencia− una fuerte voluntad experimental y un rechazo completo de la pintura abstracta. De ahí que del surrealismo le atraiga "su lirismo enigmático, no sus aberraciones morbosas de sujeción psicótica", como él mismo señala. Lo mismo ocurre en Buenos Aires, su serie de maderas no son objetos encontrados, sino piezas trabajadas siguiendo sus propias intuiciones. Todo ello enlaza con la tradición de la poética de lo primigenio, desarrollada por artistas como Benjamín Palencia, Ángel Ferrant, o Alberto Sánchez, pero también por Paul Klee, Jean Arp y Constantin Brancusi.
La persistencia del paisaje y la figura humana a partir de los años cincuenta, convive con giros que le llevan al análisis compositivo (La casa de los Dávila, 1957; Cabeza geométrica, 1960; Homenaje al Greco, 1975; Albaicín, 1982). De esta manera, crea unas obras en las que combina lirismo y construcción y que, sin menospreciar el papel de la pintura, podrían situarle en los límites del Informalismo.
Museo Reina Sofía