Desde muy joven dibujó y pintó y visitaba regularmente el Louvre. Sin embargo, una vez que terminó su educación secundaria, se esperaba que Paul siguiera una carrera práctica, y para complacer a su padre, se matriculó en la facultad de derecho. No obstante, continuó su interés por las artes, participando en cursos impartidos por Fernand Leger en la rue Notre-Dame-des-Champs. Leger fue enormemente alentador, y Ackerman, envalentonado por la confianza que Leger le infundió, estaba convencido de no abandonar sus inclinaciones artísticas.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Ackerman sobrevivió a un campo de prisioneros y conoció a su esposa en St. Tropez. Después de que Hitler invadiera la llamada Zona Libre, la pareja se escondió en el pueblo de Chindrieux, cerca de Aix-en-Bains, donde permanecieron en la casa de un amigo hasta que Francia fue liberada. A lo largo de la guerra, Ackerman hizo arte continuamente, pintando y dibujando en periódicos cuando no podía permitirse ningún material. En el momento de la liberación, Ackerman conoció al pintor Pierre Bonnard, cuyo trabajo evocador y toque poético tuvo un impacto duradero en él.
A su regreso a París en 1944, Ackerman cayó bajo el dominio del cubismo a través de su amistad con el artista Jacques Villon, que lo ocupó durante una década. Las pinturas de Ackerman muestran una conciencia de los experimentos de color de los Delaunay y demuestran la capacidad del artista para integrar la figura y el paisaje, lo que le sirvió durante toda su carrera, incluso a medida que su estilo cambiaba y evolucionaba.