A Cañiza, Pontevedra, 08/03/1957
Inconfundible la obra de este pintor, hiperrealista y sin embargo con frecuencia onírico. Hijo de un marino, vive su infancia en la villa natal, en un ámbito casi campesino. A los 8 años su familia se traslada a Vigo y se instala en la calle Real, de peculiar arquitectura decimonónica, entre la Colegiata neoclásica y el barrio marinero del Berbés. Diego queda huérfano de padre un año más tarde, y ya se interesa por el dibujo y la pintura.
Su madre alienta esta vocación y lo lleva a Madrid para que conozca el Museo del Prado nuevamente, puesto que ya lo había visitado cuando vivía su progenitor. El niño devora libros de medicina, especialmente de anatomía. Y trabaja con pasteles, deseando dominar la técnica, que llega a ser en él pasión casi enfermiza. Su primera exposición la realiza en Vigo, en 1975, con éxito sorprendente. Salta a Cataluña y allí se confirma su acogida. Repite incansablemente exposiciones en toda España, hasta el punto de que no debe quedar ciudad o villa importante donde no haya mostrado su obra. Viaja por Europa y pasa larguísimas jornadas en los museos. Llega a conocer a fondo a Velázquez, Zurbarán, Goya. Su obra es seleccionada para la muestra colectiva denominada «Maestros del realismo español de la vanguardia». Expone en el extranjero, sorprendiendo siempre la peculiar actitud plástica que adopta, con verismo impresionante en sus representaciones, en las que, sin embargo, hay una fantasía evidente y un inquietante misterio implícito. De Suiza a Portugal su obra gana prestigio.
La elogia el gran crítico, prematuramente muerto, Santiago Amón. La adquieren museos de España y del extranjero. En cierto modo, es único, irrepetible, su peculiar modo de utilizar el pastel mezclado con el óleo en barra. Giráldez es un realista diferente. Cuando representa un objeto, cualquier cachivache doméstico -un vaso, un huevo- su representación, como acontecía con Zurbarán, lo separa del mundo común para mayusculizarlo y ser únicamente él, El Huevo, El Vaso, el Excelentísimo Señor Huevo humilde y magnificado. Sus cuadros religiosos representan un mundo diferente, táctil, obsesionante. Su gallos muertos parecen vivir en una imaginaria taxidermia. La deliberada desproporción entre los objetos representados nos conduce a un surrealismo también peculiar. Desde la máxima exactitud referencial, la pintura de Diego de Giráldez es inquietante, capaz de conmover al espíritu menos sensible.
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